viernes, 13 de julio de 2012

Tarea de Literatura

Cuando estuve en el colegio, tuve que escribir una asignación del curso de Literatura: listar cronológicamente los premios Nobel de dicha rama, indicando sus principales obras. ¡Qué difícil era esa tarea en aquella época! No había internet para buscar rápidamente, sino que había que acudir a la enciclopedia, lo cual a mí me gustaba, a diferencia de lo que le pasaba a la mayoría de mis compañeros de colegio. Había autores de los que no había escuchado nunca antes y de los que probablemente nunca lea nada, no por desinterés, sino por la dificultad en encontrar sus obras. Eso sí, siempre me ha gustado leer y para mí lo impreso sigue valiendo mucho más que lo que encuentre en la red, aparte de mi percepción de que el papel es mucho más amigable que una pantalla, es como que hubiera sido concebido exactamente para eso, para contener a las letras.

Mi idea del paraíso es que debe estar lleno de libros, aunque seguramente no estarían los que hubiesen sido incluidos en el Index, o tal vez pudiese haber entrado alguno de contrabando, pero no importaría, de todos modos debería haber cantidades y cantidades de libros, de modo que uno siempre encontrase algo para leer, ya que a fin de cuentas se dedicaría a eso por toda la eternidad, y por último cabría la posibilidad de leerlos una y otra vez, ya que siendo tantos seguramente uno olvidaría alguna parte más o menos significativa de lo que hubiese leído, mientras que el infierno estaría caracterizado por su ausencia o por la presencia únicamente de revistas desfasadas y anodinas como las que se encuentran en los consultorios médicos o de libros incompletos, con páginas enteras garabateadas por plumones o con varias hojas arrancadas o devoradas por gusanos o, más propiamente, por lepismas, que no por gusto han recibido el apelativo de gusanos de los libros, de modo que la comprensión de la lectura de los libros infernales se hiciera imposible o también podría ser que esté lleno de libros con historias ridículas, como puede serlo, se me ocurre, una en la que Sherlock Holmes investigue una serie de desapariciones de monarcas europeos y llegue a la conclusión, una vez que se hubiese descartado cualquier otra posibilidad, de que éstas en realidad fueran causadas por extraterrestres que buscaban invadir la tierra para lo cual empezaron por hacer desaparecer a sus gobernantes, historias de ese tipo que felizmente hasta ahora no han sido escritas o por lo menos eso creo, aunque con cada vez menor seguridad.

Para mí, los libros son los mejores objetos del mundo ya que pueden servir prácticamente para lo que uno quiera. Por eso, siempre que puedo entro a la librería que se encuentre en mi camino, a veces solamente para sentir el placer de estar rodeado por ellos, incluso si se trata de una librería de segunda mano, de ésas que a algunas personas no les gustan porque les dan alergia los libros antiguos, y quien sabe tocados por qué manos.

Fue así como una vez se dio la improbable ocurrencia de encontrarme con un libro empastado, probablemente editado antes de que yo naciera, de un señor sueco que había ganado el Nobel en 1916, Verner se llamaba, pero no recuerdo su apellido, von algo. Si bien el libro no era extraordinariamente caro, no lo compré porque si bien era un volumen que recogía, creo yo, buena parte o la totalidad de su obra, como no conocía de ella ni tenía referencia alguna, temía que el libro terminara olvidado en mi casa y la verdad a mí no me gusta comprar libros por el gusto de comprarlos, sino por el placer de leerlos. Una de las obras se titulaba, según recuerdo, San Jorge y el Dragón, de cuyo título original sólo recuerdo que Jorge en sueco es Goran.

Volviendo a mi asignación, recuerdo de que uno de los últimos miembros de mi lista era un señor africano de quien no he leído nada, llamado Wole Soyinka, que yo primeramente había visto en un diario que se apellidaba Solinka, el cual paradójicamente aunque fuese escrito de manera correcta o siguiendo mi error en cualquiera de los dos casos sugeriría una aproximación al Perú, ya sea porque era un dios, el dios de los incas, aunque Sol Inka suene más a chocolate para taza que al esplendor del astro rey, o porque revelaba que era un peruano antiguo, el calambur a gritos es que Wole nos dice “soy inka” con “k” o “soy inca” con “c”, no sé si lo correcto sería con “k” o con “c”, reconozco con cierta vergüenza que no tengo mucha noción de quechua, casi diría que ninguna, pero al menos sé que “tahua” o “tawa” significa cuatro, y también sé los significados de ari, urpi y ama sua, ama llulla y ama quella. Otro calambur que recuerdo siempre es el del mal de san Vito, del cual la primera vez que escuché pensé que se refería a un zambito, lo que pasa es que estamos acostumbrados a pronunciar igual za o sa, vi o bi, la insistencia con la que tantas veces nos dicen los profesores que la fonética es importante cuando estudiamos otros idiomas se diluye en nuestra lengua materna.

En fin, soy así con los idiomas, tengo nociones básicas, muy básicas, de varios de ellos con la esperanza de que, llegado el momento, esas nociones me pudiesen ayudar, algo así como si fuese mi esperanto particular, esperanto-esperanza, si tuviera más tiempo libre me dedicaría a estudiar todos los idiomas que pudiera, para poder leer los libros o ver las películas en sus idiomas originales, y no bajo la interpretación que le pudo haber dado un traductor, ya que sabemos que traduttore traditore, expresión que no se la traduzco porque no quiero ser un traidor de nadie.

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