lunes, 27 de agosto de 2012

Una Carrera

Odio tomar un taxi que sea Tico. Por seguridad, por comodidad, por lo que sea. Aunque odio mucho más viajar en transporte público. Y también odio hacer trámites, peor todavía cuando he dejado al auto en el taller. Pero hay veces en que a uno no le dejan alternativa, como cuando uno ya está retrasado en el permiso que pidió a la oficina y lleva más de diez minutos al sol esperando un taxi en el Óvalo de Higuereta y solo pasan autos particulares o combis cuyas rutas no pasan por donde uno quisiera. Hasta que a lo lejos uno ve cómo un puntito azul se va convirtiendo de cerca en un taxi y se ve en la necesidad de tomarlo.
- A La Molina, por el Estadio Monumental.
- ¿Cuánto pagas?
Odio tomar un taxi que sea Tico. Odio que me pregunten cuánto pago por la carrera. Pero odio mucho más quedarme tirado bajo el sol, así que seguí.
- ¿Cuánto me cobras?
- ¿Doce está bien?
- Diez.
- Sube. Oe, batería. ¿Para ir a La Molina?
De manera inaudita, apenas subí, el conductor de mi taxi le preguntó a otro qué ruta debía tomar para llegar hacia el destino al que supuestamente debía llevarme.
- Lima está bien diferente, causa, al menos de esta zona ya no conozco.
- ¿Le parece? ¿Hace cuánto que no viene por aquí?
- Hace más de quince años, el tiempo que estuve adentro.
- ¿Adentro?
- En cana, pe.
- ¿En cana? - Sí, pero por gusto, pe. Yo siempre he sido medio movido y siempre andaba con la gente de mi barrio, en el Callao. Y ahí vendíamos…
- ¿Vendían?
- Hierba, coca, lo que pidieran. Hasta repartíamos a domicilio, lo que la gente pedía, lo llevábamos a su casa, rapidito, por eso siempre nos pedían. Yo al principio no vendía, era muy chiquillo, pe, sólo me quedaba en la calle tasando y cualquier cosa avisaba. Como paraba con ellos, después ya me dieron también un fierro.
- Ya…
Yo cada vez le respondía con menos palabras, o con palabras más cortas. Empezaba a ver cuánto faltaba para llegar a mi destino, y eso que no hacía mucho que había subido al auto.
- La cosa es que mi compare tenía una jeba, blanquiñosa la chiquilla, bien rica era. Pero ella se aburrió de él, justo cuando empezó a afanarla un gil que era como tú, causa, blancón, pelo corto, afeitado. Y siempre con saco y corbatita andaba, aunque fuera verano. El Lalo, o sea mi compare, le avisó que si se seguía metiendo con ella lo iba a limpiar, pero no hizo caso.
- ¿Y?
- Una noche lo esperamos después de que dejara a la chiquilla en su casa. El muy galancito se bajó del carro para dejarla en la puerta. Y cuando iba a subir de nuevo, lo paramos. Se nos puso bravo, pero el Lalo, que ya estaba empinchado no necesitaba mucho en verdad. Le metió cuete, pam, pam, dos plomazos y salimos corriendo. Lo malo es que justo al voltear la esquina había un patrullero y parece que los policías escucharon los balazos y al vernos correr nos pidieron detenernos. Nosotros, al contrario, salimos corriendo al otro lado y nos dispararon por la espalda. Al Lalo se lo bajaron de un tiro en la cabeza. Yo tuve más suerte y el balazo me cayó en el culo...
Felizmente había poco tráfico, lo que permitía el avance rápido del Tico, pero yo sentía que no nos movíamos o que cada vez faltaba más para llegar.
- … De los otros dos que andaban con nosotros, a uno no lo he vuelto a ver hasta ahora y el otro justo me ha prestado el carro ahora que salí de cana. Yo, pescadito, pe, pa’dentro. No disparé ni una vez, pero me acusaron de haberme bajado al blanconcito. Y así estuve quince años adentro. Por gusto, pe. Veo cómo han cambiado las calles y en general, veo más rayas, más tombos, hasta serenazgo por todas partes. Lima está bien diferente, causa. A no ser que me ofrezcan una fija, yo creo que ya no vuelvo a lo de antes. Sobre todo por mi hija, ella nació cuando recién entraba en la cana, no la vi todos estos años y no quiero volver a dejarla.
Al escuchar eso, interrumpí el patrón de cada vez menor cantidad de palabras en mis respuestas, al tiempo que lo tutee.
- Aguanta, ¿cuántos años tienes?
- Treinta y ocho. Creo que tú estás por ahí, ¿no causa? Pero me compongo también por mi señora, que todos estos años me ha esperado, rezando, visitándome, se portó bien para qué. Vamos a ver qué hacemos hasta que ya no tenga antecedentes, por ahora hago taxi, menos mal que sé manejar, eso también aprendí con mi compare, pero si no sale nada voy a tener que seguir vendiendo. Mucho no puedo hacer ahora que estoy cojo. En todo caso, tengo mi fierrito, pe.
Y sonrió. Aún faltaban varias cuadras para llegar a mi destino, pero aproveché para bajar en la primera luz roja que vi en el camino. La carrera fue por diez, pero sólo tenía un billete de veinte.
- Cóbrate, causa, el resto es la propina.
En mi vida he dado propina pocas veces, y nunca antes le había dado una a un taxista, pero en ese momento no me importó. Bajé del taxi y no volteé ni para verlo irse, lo que después no he dejado de criticarme a mí mismo, ya que así perdí la oportunidad de anotar la placa, lo siento. En fin. Odiaba tomar Tico. Ahora no. Ahora simplemente no lo hago.

martes, 21 de agosto de 2012

Amor de Nuestros Tiempos

- ¿Y si nos fugamos?
Planteada así, la pregunta reconocía una situación desesperada que ninguno de los dos se había atrevido a plantear antes.
- ¿Estás seguro, Roberto? Pero... ¿y tu esposa? ¿Y tus hijos? No sé... ¿Qué haríamos? ¿A dónde iríamos?
- Eso no sería problema, creo. A cualquier sitio donde podamos estar tú, yo y nadie más. Podríamos probar. Tal vez Uruguay: carne, fútbol y poca gente. ¡O Canadá! Es cierto que hace más frío, pero siempre buscan profesionales jóvenes allá.
- ¿Y nos casaríamos?
- No sé, tal vez no podamos. Lo importante es que estemos juntos. Porque yo te amo. Tú me amas, ¿verdad?
Pero la verdad, José Luis no sabía qué contestar.

miércoles, 15 de agosto de 2012

¿Valió la Pena?

—¿Dónde está el biberón?— me pregunta ofuscada mi esposa Elena, con su ceño fruncido, los labios apretados y los ojos saltones. Desde el nacimiento de Rafaelito, ella se ha convertido en una especie de malabarista, sosteniendo a nuestro bebé en sus robustos brazos y a la vez prepararando la papilla de verduras o hablando con mi suegra por télefono o el chat del Skype. Elena es una excelente madre, no hay duda al respecto, siempre dedicada y esforzada al máximo por nuestro niño. Sin embargo, hace tiempo no la veo sonreir o coquetearme como cuando éramos enamorados. Es como si ahora fuera una mujer diferente, una usurpadora de la risueña esposa que tuve hasta hace unos meses.

Dicen que traer un niño al mundo te cambia la vida. Suponía que te la cambiaría para mejor pero luego de ser testigo del caos en el que se ha convertido mi vida y mi hogar tengo serias dudas al respecto. Lo peor de criar a un bebé es tener que levantarse en las madrugadas para atenderlo, casi siempre con los ojos legañosos. Y ni qué decir de la vida sexual de la pareja, otrora fuente de felicidad y noches calentonas. Ahora uno está tan agotado por el bebé que ni energía existe para un mañanero de fin de semana. Cambiar los pañales, una actividad tantas veces señalada como la más difícil para los nuevos padres, es en realidad una de las más fáciles. Salvo que el bebé tenga una diarrea endemoniada, las innovaciones de los pañales en los últimos años aseguran una experiencia que hasta se podría calificar de placentera.

A veces, en el medio de la madrugada, cuando cargo a Rafaelito y lo arrullo para que vuelva a dormir, me pregunto si realmente valió la pena ser padre. De pronto, mientras pienso en mi pregunta, noto que mi hijito se ha quedado profundamente dormido. Su pequeña cabeza, del tamaño exacto de una toronja, se apoya sobre el babero que tengo en mi hombro izquierdo. Con el mismo sigilo de un ladrón de finos diamantes, retrocedo hasta mi cama y acuesto a Rafaelito entre el cuerpo de Elena y el mío. Antes de caerme dormido, extenuado de cansancio en realidad, vuelvo a preguntarme si valió la pena ser padre, haber abandonado mi vida de soltero empedernido, las amiguitas con beneficios, las interminables noches de juerga con los amigotes, dormir los domingos hasta el mediodía. No lo sé. Sólo sé que ahora mismo me estoy cayendo dormido, inevitablemente.

Mi hijo vuelve a despertarse, el sinvergüenza quiere que lo siga cargando. Dejé de ser el engreído de la casa, hay un nuevo rey déspota en el trono. Jamás sabré la respuesta. Es que no hay tiempo para preguntas ridículas cuando eres padre.

martes, 14 de agosto de 2012

Reflexión

Era uno de esos días de lluvia en Lima -es un decir, en realidad estaba garuando, en Lima nunca llueve realmente, es como que las gotas tuvieran vergüenza de desarrollarse y de formar parte de una lluvia en toda regla- y de regreso a casa tenía que usar los limpiaparabrisas para poder conducir tranquilo. Desde el asiento trasero del auto, Fátima opinó sobre la estela dejada por las plumillas:
- Mira papá, es como un arco iris.
- Es como un arco, hija. El arco iris es un tipo de arco. – se me ocurrió hablarle en términos geométricos.
- ¡Papá! Así no son los arcos, son como rectángulos – me repuso.
- Bueno – el  clima no estaba para discusiones y seguí manejando.
Al día siguiente, Fátima cuenta el paseo a su manera, siempre riéndose, a los cuatro años la vida suele ser divertida:
- Y mi papá dice que eso no se llama como arco iris sino cancha de fútbol.
Estuvo cerca, pero no se trata de eso, sino de que a veces uno no se da cuenta de cuánto puede influir en los hijos; siempre había escuchado eso de que los chicos son como una esponja, pero sólo entonces lo pude notar. No puedo garantizarlo, pero espero ser, trataré de serlo, una buena influencia.

viernes, 10 de agosto de 2012

Los Días de Julio

Julio siempre había estado detrás de June, pero un día, tal vez cansado del rechazo, empezó sorpresivamente a salir con May. Congeniaron, se casaron, con el tiempo nació Avril. Fue una hija modelo durante años, hasta el día que llegó a la casa paterna con Viernes, un tipo extraño que además había vivido una temporada en una isla desierta. Julio y May se opusieron desde el principio, más aún cuando supieron que era hijo de June, pero Avril los ignoró. Pero cuando quedó embarazada, Viernes la abandonó y ella tuvo que volver con sus padres. Y desde que Avril salió con su domingo siete, la familia Díaz lleva una vida de miércoles.

sábado, 4 de agosto de 2012

Casablanca 2

Algún tiempo después de la guerra, Rick fue a cenar en la nueva casa de Renault. Al final de la cena, justo antes de irse, Rick le dijo a su anfitrión: - He visto más color en la ensalada que en el resto de la casa. Supongo que ya habrá tiempo de pintarla. Pero Rick no sabía que el color favorito de Renault era el blanco y no se dio cuenta de cuánto lo había ofendido su comentario. Ése fue el final de una hermosa amistad.