sábado, 28 de julio de 2012

El Almuerzo

Aunque sólo pensó en ello muchos años más tarde, el primer indicio de que estaba perdiendo la memoria fue lo que le ocurrió tras almorzar por única vez en la vida en la cafetería del frente de la universidad. Vivía cerca de ella y siempre le daba tiempo para ir a su casa a almorzar, pero, por alguna razón que ya no podía recordar, ese día no pudo hacerlo. Tras acabar de comer, se levantó de la mesa y se acercó al mostrador para pedir su cuenta. Pasó cinco, tal vez diez, minutos de pie frente a la caja hasta que la señora que ahí atendía le dijo ¿Desea algo, señor? Medio enojado reclamó por su vuelto… ¡Pero si todavía no me ha pagado! le replicó la señora. Confundido, algo avergonzado, buscó en el bolsillo secreto de su pantalón y encontró ahí, doblado en ocho, el viejo billete azulino de quinientos mil intis con la figura de Ricardo Palma con el que debía cubrir su alimentación de ese día, era el único que había llevado a la universidad ese día. Pagó con más molestia que otra cosa, aunque en realidad no era una molestia contra la cajera, que no tenía la culpa de tener un cliente que olvidara algo tan sencillo, sino contra él mismo, aunque no tenía muy clara la razón. Lo que se juró, y cumplió, fue que nunca más volvería a almorzar a aquel lugar. Lo que le hubiera resultado muy difícil, sino imposible, de explicar fue porqué un acto involuntario tan breve lo había llevado a tomar una decisión voluntaria tan prolongada.

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