lunes, 20 de junio de 2022

La bancarrota de Evaristo Rojas

“Es todo o nada”, se dijo a sí mismo Evaristo esa mañana de noviembre del 2021, cuando Terra, una de las criptomonedas más negociadas, cotizaba en casi US$ 100. Lo había apostado todo: vendió su carrito, su departamento, empeño las joyas de su finada madre y hasta liquidó su CTS, con la plata producto del último trabajo que tuvo en el sector formal de nuestra economía.

Su amigo Lucho le había aconsejado que las criptomonedas eran el futuro y que de todas maneras debía invertir en ellas, que no había forma de perder. “La vez pasada escuché a una gringa, Cathie Wood creo que se llama, decir que el Bitcoin llegaría a US$ 1’000,000. Imagínate compadre, con esa plata te levantas a todas las flacas del barrio. A la firme, ¡qué rico!”, le dijo Lucho, con euforia de borracho y un toque de avaricia sazonada con lujuria.

Evaristo miraba con ansiedad su pantalla de trading todos los días. Se había suscrito a un servicio financiero para negociar acciones, pudiendo ver en tiempo real el valor de su posición en Terra. El cielo era el límite, ahora estaba en control de su destino. Era cuestión de tiempo hasta que pudiera saborear el éxito: las mujeres, los licores de marca, los viajes, la mansión con piscina y mayordomo, y tal vez incursionar en el mundo del espectáculo. “Con la plata se arregla todo, hasta mi cacharro”, pensó.

(…)

“Lo perdí todo Lucho, conchesumare, estoy cagado la puta mare”, gritó al teléfono el pobre Evaristo. “La maldita Terra cayó a US$ 0.0000525, lo veo en mi pantalla, se ha ido a la mierda esa huevada”. Fue en ese momento, mientras botaba la frustración de su sistema, que Evaristo tuvo una revelación, un mensaje divino que le decía que no todo estaba perdido, que una crisis es también una oportunidad de recuperarse. “Aún puedo invertir en MiamiCoin, le veo futuro”, se dijo Evaristo.

sábado, 29 de enero de 2022

El helado

Dicen que nunca olvidas a las parejas que te maltrataron y dejaron una cicatriz. Tal vez sea una especie de masoquismo, combinado con falta de autoestima. Algunos hasta le llaman el síndrome del chico o la chica mala, para explicar esa fascinación por personas peligrosas y aventureras que sabes que te van a herir al final.

Han pasado varios años y no he podido olvidar a Lorena. Estoy convencido de que ha sido la peor enamorada que tuve en la vida. ¿No me creen?

Ahí les va mi triste historia: era una calurosa tarde de verano, a finales de enero. Me moría de ganas de comer un helado de lúcuma. Como soy bastante precavido, había comprado un litro de helado la semana pasada en el supermercado –los jueves tiene descuento de 20% en mi marca favorita.

- Gordita, ¿me puedes servir una copita de helado? –le dije a Lorena.
- Claro amorcito.
- Le pones un poco de pecanas y fudge de chocolate encima, ¿ok?
- Por supuesto, yo sé lo que te gusta.

Todo se fue al diablo cuando Lorena me gritó desde la cocina, “pucha madre, olvidé que me devoré todo el helado anoche cuando miraba una película. Sorry.”

Ese mismo día terminé con Lorena. Algunas bajezas no se pueden tolerar ni olvidar.