sábado, 28 de julio de 2012

El Almuerzo

Aunque sólo pensó en ello muchos años más tarde, el primer indicio de que estaba perdiendo la memoria fue lo que le ocurrió tras almorzar por única vez en la vida en la cafetería del frente de la universidad. Vivía cerca de ella y siempre le daba tiempo para ir a su casa a almorzar, pero, por alguna razón que ya no podía recordar, ese día no pudo hacerlo. Tras acabar de comer, se levantó de la mesa y se acercó al mostrador para pedir su cuenta. Pasó cinco, tal vez diez, minutos de pie frente a la caja hasta que la señora que ahí atendía le dijo ¿Desea algo, señor? Medio enojado reclamó por su vuelto… ¡Pero si todavía no me ha pagado! le replicó la señora. Confundido, algo avergonzado, buscó en el bolsillo secreto de su pantalón y encontró ahí, doblado en ocho, el viejo billete azulino de quinientos mil intis con la figura de Ricardo Palma con el que debía cubrir su alimentación de ese día, era el único que había llevado a la universidad ese día. Pagó con más molestia que otra cosa, aunque en realidad no era una molestia contra la cajera, que no tenía la culpa de tener un cliente que olvidara algo tan sencillo, sino contra él mismo, aunque no tenía muy clara la razón. Lo que se juró, y cumplió, fue que nunca más volvería a almorzar a aquel lugar. Lo que le hubiera resultado muy difícil, sino imposible, de explicar fue porqué un acto involuntario tan breve lo había llevado a tomar una decisión voluntaria tan prolongada.

lunes, 23 de julio de 2012

Integración Latinoamericana

Tal vez lo mejor de la gastronomía chilena era que en fiestas patrias se comían empanadas y asado. Una vez estuve en Santiago para un dieciocho de septiembre y recibí la invitación de mi amigo Jaime para pasarlo con sus padres en la parcela de la familia, que quedaba camino a Rancagua; él la llamaba parcela, pero cuando la conocí yo la hubiese llamado fundo, mi idea de parcela era que se trataba sólo del terreno y no era así, pues era una casa con todas las comodidades que tiene una de ciudad. Como me parecía que iba a ser algo entretenido, y considerando que además no tenía otras cosas que hacer, acepté la invitación. Pero cuando ya estábamos saliendo de Santiago, Jaime se acordó de repente que no había embanderado su casa en la ciudad y que si no lo hacía le podía caer una multa de no sé cuántos miles de pesos. Felizmente él conducía su propio auto y no estábamos en un bus interprovincial, de modo que pudo dar media vuelta en la autopista y regresar a la ciudad. En la casa de Jaime, le ayudé a izar la bandera chilena, no fue mucho, yo sólo la sujeté y se la pasé, mientras que él, parado sobre un taburete, la desdobló e hizo el resto. Fue un acto de múltiples interpretaciones: para algunos puede demostrar el avanzado grado de integración latinoamericana al que hemos llegado, pero para otros puede constituir un acto de traición a la patria punible con el fusilamiento.

Consuelo

- ¡El mundo no es como antes! - se quejó ante Juan su esposa.
- Lo sé, mi amor. Felizmente ya hemos muerto.

lunes, 16 de julio de 2012

El Vago

No hay forma de entretenimiento más sana, refrescante y barata que sentarse en una banca pública de un parque en pleno verano. Y mucho mejor si se encuentra a la sombra de un frondoso árbol en un día soleado y caluroso como éste, luego de una larga caminata.

Y desde mi banca en este hermoso parque de la ciudad logro divisar, casi en el otro extremo donde juegan los niños, a un anciano de barba canosa, vistiendo saco y pantalones gruesos, desparramado, durmiendo plácidamente en una banca de madera verde similar a la mía. Protegido por la sombra de un árbol y arrullado por los cantos de los pájaros, el anciano parece estar desconectado del mundo de miseria y destitución moral y material que debe soportar cada día. Los niños a su alrededor saltan, gritan y juegan despreocupados con sus patinetas y bicicletas con rueditas a los costados pero ello parece no perturbar al indigente. La expresión de tranquilidad en su rostro, como si fuera un bebé en los brazos de su madre o un monje budista en plena meditación, me genera incluso cierta envidia.

Los vagos del mundo entero tienen algo en común: su despreocupación total por el medio que los rodea. Ni el calor extremo ni el frio más inclemente los perturba. Y ni qué decir de la indiferencia por las miradas de desaprobación de los extraños que transitan a su costado mientras duermen desparrramados en las aceras de la calle, junto a su infaltable tarrito de monedas o su cartelito de ruego. Es cierto que muchos de estos vaguitos sufren de alteraciones mentales, problemas de alcoholismo y drogas o abandono de familiares y amigos. A veces todo junto. Y con la prolongada crisis económica en el mundo desarrollado, no me sorprendería que algunos hayan caído en desgracia por haber perdido su trabajo y todas sus preciadas posesiones materiales. Lo miro de reojo y me pregunto: ¿acabaré alguna vez como ese anciano? Uno nunca lo sabe, nadie tiene el destino asegurado.

Una sonora colisión de bicicletas entre dos traviesos niños genera un breve caos en el parque. El estruendoso ruido de los metales, cadenas y cascos de los ciclistas despierta del profundo sueño al anciano. Percatándose de los niños y los padres a su alrededor, se levanta raudamente, corre hasta un moderno auto descapotado estacionado en la calle, salta ágilmente hasta el asiento del piloto, enciende el contacto con el manojo de llaves que saca de su pantalón gris y emprende su partida hacia la avenida principal, quemando el asfalto con las llantas traseras. Así, en un repentino ataque de razón y cordura, y quizá también avergonzado por esos largos años perdidos en el abandono, el vago decidió no serlo nunca más.

domingo, 15 de julio de 2012

Tranquilidad

Juan se sintió enfermo, pero ya estaba muerto, así que no se preocupó.

Las Solteronas

Dicen que las solteronas tienen una vida más misteriosa que las casadas. No sé si en la práctica esta afirmación tenga alguna validez pero lo que sí es cierto es el relato que me narró la siempre disparatada Lucrecia en la fiesta de cumpleaños de ayer. Ella, una solterona empedernida, solía acudir a un club de lectura de novelas de misterio junto a otras solteronas de la ciudad. Ahí comenzó todo.

Manhattan puede ser un lugar excitante para la gente soltera pero ello sólo aplica si uno es joven, atractivo, profesional y con dinero. El grupo de amigas de Lucrecia no podía estar más alejado de esa realidad. Resignadas hace años a su suerte, se reunían cada viernes a las seis de la tarde para leer entre ellas y compartir una taza de té (a veces dos si se sentían divertidas) y pastelitos de merengue y frutas que compraban religiosamente en el Café Lalo, lugar de una de las escenas de su película de romance favorita, “You’ve Got Mail” con Tom Hanks y Meg Ryan.

Una semana de otoño, el grupo acordó leer una nueva novela sobre un crimen sin resolver cometido precisamente en su vecindario del Upper West Side. Incluso las víctimas de la historia, todas mujeres en sus cuarentas, solían ir a caminar por las inmediaciones del Central Park, siempre entre las calles 79 y 86. Al parecer, el asesino acechaba a sus víctimas por varios días, las estudiaba siguiendo su rutina al milímetro, tomándoles fotos desde los edificios aledaños y hasta acercándose a ellas en las tiendas para oler su perfume antes de asesinarlas ese mismo día.

Lucrecia y sus amigas parecían disfrutar al máximo cada detalle de los horrendos crímenes cometidos por el anónimo asesino del Upper West Side. Tan fascinadas estaban por la macabra historia que las reuniones del grupo se prolongaron por nueve semanas. La asistencia fue siempre perfecta hasta que Anastasia, tal vez la más afanosa y puntual de las participantes del club, dejó súbitamente de aparecer en las reuniones. Preocupadas por su paradero, las demás solteronas decidieron llamar a la policía para alertar sobre la desaparición de su compañera. “No era posible culminar la novela sin ella, no sería justo”, me dijo Lucrecia mientras comía muy animadamente un sánguche de pollo en la fiesta.

Luego de cuatro días de búsqueda, incluyendo el uso de perros sabuesos y agentes especializados del FBI, la policía de Nueva York encontró el cuerpo sin vida de la desdichada Anastasia. Flotando en una de  las orillas del río Hudson que daba a Nueva Jersey, con las manos y pies amarrados con un alambre rojo, no quedaba mucha duda de que un sicópata la había ultrajado salvajemente antes de arrojarla sin misericordia desde el puente George Washington.

La muerte de su fiel compañera generó una pena existencial en el club. Las mujeres nunca más se volvieron a reunir para leer y eventualmente perdieron contacto entre ellas por temor a salir de sus departamentos, ahora protegidos con más alarmas, cámaras de video y candados que antes. La policía jamás logró identificar con exactitud ni atrapar al asesino. Las solteronas del fenecido grupo de lectura no pueden ahora dormir en las noches. Yo tampoco, nunca debí escoger el color rojo.

viernes, 13 de julio de 2012

Tarea de Literatura

Cuando estuve en el colegio, tuve que escribir una asignación del curso de Literatura: listar cronológicamente los premios Nobel de dicha rama, indicando sus principales obras. ¡Qué difícil era esa tarea en aquella época! No había internet para buscar rápidamente, sino que había que acudir a la enciclopedia, lo cual a mí me gustaba, a diferencia de lo que le pasaba a la mayoría de mis compañeros de colegio. Había autores de los que no había escuchado nunca antes y de los que probablemente nunca lea nada, no por desinterés, sino por la dificultad en encontrar sus obras. Eso sí, siempre me ha gustado leer y para mí lo impreso sigue valiendo mucho más que lo que encuentre en la red, aparte de mi percepción de que el papel es mucho más amigable que una pantalla, es como que hubiera sido concebido exactamente para eso, para contener a las letras.

Mi idea del paraíso es que debe estar lleno de libros, aunque seguramente no estarían los que hubiesen sido incluidos en el Index, o tal vez pudiese haber entrado alguno de contrabando, pero no importaría, de todos modos debería haber cantidades y cantidades de libros, de modo que uno siempre encontrase algo para leer, ya que a fin de cuentas se dedicaría a eso por toda la eternidad, y por último cabría la posibilidad de leerlos una y otra vez, ya que siendo tantos seguramente uno olvidaría alguna parte más o menos significativa de lo que hubiese leído, mientras que el infierno estaría caracterizado por su ausencia o por la presencia únicamente de revistas desfasadas y anodinas como las que se encuentran en los consultorios médicos o de libros incompletos, con páginas enteras garabateadas por plumones o con varias hojas arrancadas o devoradas por gusanos o, más propiamente, por lepismas, que no por gusto han recibido el apelativo de gusanos de los libros, de modo que la comprensión de la lectura de los libros infernales se hiciera imposible o también podría ser que esté lleno de libros con historias ridículas, como puede serlo, se me ocurre, una en la que Sherlock Holmes investigue una serie de desapariciones de monarcas europeos y llegue a la conclusión, una vez que se hubiese descartado cualquier otra posibilidad, de que éstas en realidad fueran causadas por extraterrestres que buscaban invadir la tierra para lo cual empezaron por hacer desaparecer a sus gobernantes, historias de ese tipo que felizmente hasta ahora no han sido escritas o por lo menos eso creo, aunque con cada vez menor seguridad.

Para mí, los libros son los mejores objetos del mundo ya que pueden servir prácticamente para lo que uno quiera. Por eso, siempre que puedo entro a la librería que se encuentre en mi camino, a veces solamente para sentir el placer de estar rodeado por ellos, incluso si se trata de una librería de segunda mano, de ésas que a algunas personas no les gustan porque les dan alergia los libros antiguos, y quien sabe tocados por qué manos.

Fue así como una vez se dio la improbable ocurrencia de encontrarme con un libro empastado, probablemente editado antes de que yo naciera, de un señor sueco que había ganado el Nobel en 1916, Verner se llamaba, pero no recuerdo su apellido, von algo. Si bien el libro no era extraordinariamente caro, no lo compré porque si bien era un volumen que recogía, creo yo, buena parte o la totalidad de su obra, como no conocía de ella ni tenía referencia alguna, temía que el libro terminara olvidado en mi casa y la verdad a mí no me gusta comprar libros por el gusto de comprarlos, sino por el placer de leerlos. Una de las obras se titulaba, según recuerdo, San Jorge y el Dragón, de cuyo título original sólo recuerdo que Jorge en sueco es Goran.

Volviendo a mi asignación, recuerdo de que uno de los últimos miembros de mi lista era un señor africano de quien no he leído nada, llamado Wole Soyinka, que yo primeramente había visto en un diario que se apellidaba Solinka, el cual paradójicamente aunque fuese escrito de manera correcta o siguiendo mi error en cualquiera de los dos casos sugeriría una aproximación al Perú, ya sea porque era un dios, el dios de los incas, aunque Sol Inka suene más a chocolate para taza que al esplendor del astro rey, o porque revelaba que era un peruano antiguo, el calambur a gritos es que Wole nos dice “soy inka” con “k” o “soy inca” con “c”, no sé si lo correcto sería con “k” o con “c”, reconozco con cierta vergüenza que no tengo mucha noción de quechua, casi diría que ninguna, pero al menos sé que “tahua” o “tawa” significa cuatro, y también sé los significados de ari, urpi y ama sua, ama llulla y ama quella. Otro calambur que recuerdo siempre es el del mal de san Vito, del cual la primera vez que escuché pensé que se refería a un zambito, lo que pasa es que estamos acostumbrados a pronunciar igual za o sa, vi o bi, la insistencia con la que tantas veces nos dicen los profesores que la fonética es importante cuando estudiamos otros idiomas se diluye en nuestra lengua materna.

En fin, soy así con los idiomas, tengo nociones básicas, muy básicas, de varios de ellos con la esperanza de que, llegado el momento, esas nociones me pudiesen ayudar, algo así como si fuese mi esperanto particular, esperanto-esperanza, si tuviera más tiempo libre me dedicaría a estudiar todos los idiomas que pudiera, para poder leer los libros o ver las películas en sus idiomas originales, y no bajo la interpretación que le pudo haber dado un traductor, ya que sabemos que traduttore traditore, expresión que no se la traduzco porque no quiero ser un traidor de nadie.

domingo, 8 de julio de 2012

Diálogo con una Niña de Cuatro Años

- Y esa fábula la escribió un señor que vivió hace mucho tiempo llamado Esopo - le digo.
Fátima me mira con los ojos bien abiertos, pero no dice nada.
- Tiene un nombre raro, ¿no? No conozco ningún otro señor que se llame así - insisto confirmando lo extraño.
- ¿Isopo? - me pregunta Fátima en su media lengua y sonriendo como cuando ha hecho alguna travesura - ¿Como el limpiador de orejas?
- Esopo, hijita, no hisopo.
Y reímos juntos varios segundos, tal vez más de un minuto. La felicidad de ser padre se administra en pequeñas dosis, pero concentradas.

Amor Eficiente

En aras de la eficiencia y la maximización del amor y la felicidad, las parejas del mundo entero deberían eliminar el tenuoso tránsito por la ruta del enamoramiento, noviazgo y matrimonio. Y ni qué decir del nefasto camino del divorcio que sigue en aumento a tasas alarmantes. Parece que ya nadie se salva estos días.

En su lugar, las parejas del orbe deberían mirar al fascinante y racional mundo de las finanzas corporativas, más específicamente a los eficientes procesos de fusiones y adquisiciones de negocios. Similar a un matrimonio, estos complejos procesos buscan la combinación de dos empresas para alcanzar un objetivo común que no podrían fácilmente alcanzar por vías separadas.

Así, antes de siquiera pensar darse un calentón beso húmedo, cada pareja debería seguir los mismos pasos tradicionales de un proceso de compra de una empresa: envío de carta de expresión de interés por el lado del comprador; aceptación de la carta por el lado del vendedor; envío de las condiciones iniciales del comprador (a través de un term sheet); negociación de condiciones iniciales entre el comprador y el vendedor; negociación de un acuerdo vinculante sujeto a la valorización financiera de la empresa y debido proceso (due diligence). Este debido proceso involucra una necesaria y exhaustiva revisión de los aspectos contables, financieros, comerciales, legales y tributarios del negocio a ser adquirido. Si todo está bien para el comprador y el vendedor entonces se procede a la redacción de un contrato de compra-venta y finalmente al cierre definitivo de la transacción.

Todos felices y comiendo perdices. ¡Que viva la eficiencia! ¡Que viva el amor!

jueves, 5 de julio de 2012

Los Reencarnados

Nunca me había planteado seriamente la posibilidad de la reencarnación hasta esa mañana dominical cuando desayuné con Erin en el restaurante Paddington's Pump de Toronto. Mientras devorábamos hambrientos nuestro pedido de huevos revueltos con tocino y tostadas francesas, nuestros rasgos faciales, muecas y sonidos parecían súbitamente revelar nuestras tumultuosas vidas pasadas: en mi caso, un aventurero conquistador español buscando riquezas en tierras foráneas; en su caso, la hija de un vulgar carnicero del norte industrial de Inglaterra.

miércoles, 4 de julio de 2012

La Mala Memoria

Tengo mala memoria. El mayor ejemplo es que me cuesta recordar los cumpleaños, más allá de los de mis padres y de Gabriela, lo cual más bien fue todo un mérito, pues la conocí cuando yo ya tenía más de veinte años, con lo cual creo que mi capacidad de recordar cosas nuevas ya estaba mellada. De hecho, Gabriela nunca entendió mi problema y se molestaba mucho conmigo, a veces creo que exageraba, porque no era un tema personal como ella sentía, ya que también había olvidado el cumpleaños de cualquier otra persona que conociera, incluso aunque la fecha coincidiera con la de mi propio cumpleaños, o tal vez por eso mismo, la otra persona debió buscar su propia fecha. Las únicas tres excepciones a mi olvido son las que he mencionado, pero el hecho es que Gabriela se molestaba cada vez que llegaba la fecha de cumpleaños de su padre, de su madre o de su hermano y yo no lo había recordado, realmente el problema también tenía que ver con que ella no se molestaba en hacerme algún comentario sutil con una semana o con un par de días de anticipación, algo del tipo “¿con qué camisa vas a ir a la cena del jueves?” o algo por el estilo, pero no, no lo hacía. Más bien llegado el momento ella se daba el gusto de gritarme cosas como “Eres un desconsiderado”, “Ya no se puede confiar en ti” o “Vives en tu burbuja” con mayor o menor cantidad de insultos dependiendo de si es que ese día justo coincidía con uno de mis escasos momentos de solaz deportivo, es decir mi irregular partido de fulbito, actividad a la cual yo no tenía pensado dejar de ir no sólo porque yo llevaba la pelota y ante mi ausencia no iba a ser solo una sino más bien trece las personas las que me dijeran algo así, sino que al final de cuentas era mi salud, aunque pensándolo mejor tal vez debí haber hecho algo más de caso a sus reclamos, ya que eventualmente tanto desinterés de mi parte pudo haberla llevado a planear algo contra mí, quién sabe un poquito de veneno en la comida o, considerando que en la casa no tenía puñal (lo que hacía físicamente imposible una puñalada), una acuchillada por la espalda, lo cual hubiese sido peor para mí porque por querer mantener la salud potencialmente hubiese perdido la vida; en cambio ese riesgo no lo corría con los trece futbolistas aficionados que hubiese dejado plantados, ni que se hubiesen metido a mi casa. Todo lo contrario de mi caso es el de una chica en esa época, señora ya desde hace años, que trabajó conmigo durante algunos meses en uno de mis anteriores lugares de trabajo. Desde hace más de quince años me viene escribiendo para mandarme saludos por mi cumpleaños y por Navidad, lo cual no deja de sorprenderme porque cada vez que lo hace pienso que puede ser la última, sobre todo cuando confirmo que me ha escrito desde un lugar diferente al de la ocasión anterior, pues el saludo puede haber venido desde Suiza o desde Sudáfrica, ya que ella cada cierto tiempo cambia de lugar de residencia porque está casada con un alto funcionario de no sé qué multinacional, ella me lo dijo en una de sus cartas pero no lo recuerdo. Lo peor de todo es que cada año le respondo incluyendo la pregunta “¿y tu cumpleaños cuándo es?", lo cual ha sido bueno para mi colección de estampillas pero no para nuestra amistad, ya que siempre el día se me pasó sin más, a pesar de que en su momento, cada año, he recibido una carta indicándome la fecha, pasada la cual imagino que esta chica o señora se siente un poco decepcionada de no haber recibido mi carta (ni la de muchas otras personas, ya que sé que ella así como me saluda hace lo mismo con otros excompañeros de trabajo, los cuales algunos años sí la saludan, pero no siempre, tampoco son fanáticos), aunque yo nunca la he saludado ni le he mandado una tarjeta postal, nada de nada, ni siquiera por Navidad, supongo que por razones como ésa tengo muy pocos amigos y en la práctica ninguna amiga.