martes, 30 de agosto de 2016

Un encuentro fortuito

Caminaba por Barranco buscando un café y una decente conexión a Internet cuando la vi cruzando la calle. "Andrea, ¡hola! Soy yo, Santiago", grité para que pudiera percatarse de mi, en el medio del bullicio de un sábado de trámites por la mañana en Lima.

Se le veía mal, lo confieso. Un poco desaliñada y con algo de sobrepeso, ojerosa. Al menos fue mi primera impresión cuando nos saludamos. "Santiaguito, ¿cómo estás? ¡Hace tanto tiempo!", me dijo, con la misma entonación de voz que utilizaba cuando fuimos enamorados hace casi veinte años. Dos divorcios encima, un hijo universitario y una década viviendo en Barcelona, su vida resumida en dos minutos. Lima le parecía insoportable ("este tráfico es una mierda y la humedad me vuelve loca") pero su círculo de amigos la mantenía viva, me aclaró.

"Bueno, me tengo que ir, no te pierdas", me dijo mientras seguía llevando a su perrito a pasear. Noté en ese instante, cuando me acerqué para besarla, que sus arrugas eran marcadas y que el maquillaje no le sentaba bien, que su ropa era de chibola para una mujer de más de cuarenta años.

...

"¿Te acuerdas de Santiaguito?"
"Claro, el flaquito con quien saliste hace, ufff, años. Medio aburrido era"
"Sí, ese mismo. Lo vi esta mañana mientras iba a buscar a Sebastián al gimnasio. Al pobre hombre se le ve terrible, me dio pena verlo tan panzón, calvo y cojeando. La vida es cruel querida."