lunes, 11 de enero de 2021

La encomienda

“¡Hola Miguelito! ¿Cómo estás? Han pasado demasiados años, lo sé. Te escribo con un poco de pena porque debo pedirte un favor. Viajo a Lima de urgencia para ver a mis padres. Mi papito está enfermo con COVID-19 y estoy enviando objetos de valor, incluyendo los ahorros de toda mi vida, en una encomienda que llegará por DHL. Los quiero sorprender. Por favor dame tu dirección para enviarte el paquete. Ayúdame, no te olvides de tu buena amiga.

xoxo,

Luciana.”

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El mensaje por Messenger de Luciana me dejó desconcertado, debo confesarlo. Habían pasado más de quince años desde que la última vez que nos vimos, ¡éramos tan jóvenes y arrebatados! Y lamentablemente no acabamos bien nuestra relación.

Sin embargo, uno madura con el tiempo, las heridas cicatrizan, el alma se cura. A esta edad uno ya se juega los descuentos y debe perdonar. Y además siempre ha sido mi política mantener una relación cordial con todas mis ex parejas. Después de todo fuimos dos personas que se quisieron en un momento determinado en el tiempo, no tendría sentido mantener algún rencor.

¡Y cómo olvidar a Luciana! ¡Mi Lucianita! Una amiga en común me contó que se casó con un marino apenas salió del colegio. Tuvo hijos al toque y se dedicó a ser ama de casa. Su esposo de entonces la golpeaba –es lo que me confesó ella misma— y por eso lo abandonó y se llevó a sus dos hijos a Canadá, a encontrar una nueva vida.

Llegué a conocer a sus padres y de verdad me apenó enterarme del estado de salud crítico de su papá, Don Roberto, un señor bonachón y siempre dispuesto a contar historias divertidas de su época de vendedor en el norte del país (“en Chiclayo se comía macanudo, cada almuerzo era un placer con mis clientes”). Pobre Lucianita, debía estar sufriendo a la distancia por no poder ayudar a su viejito. Después de todo la pandemia no estaba perdonando y, según los reportes del Ministerio de Salud, en Lima ya no había camas UCI disponibles en los hospitales.

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- Hola Lucianita, encantado de ayudarte. Mi dirección es Loma Milagrosa 237, departamento 304, Urb. Primavera Eterna, Lima.

- Gracias Miguelito, sabía que no me fallarías. La gente de DHL te contactará pronto. Besos, siempre me acuerdo de ti.

Luego de diez minutos me llegó el esperado mensaje por WhatsApp:

- ¿Sr. Miguel Velazco? Soy Juan Carlos Rivadeneira, supervisor de atención al cliente de DHL. Ha llegado una encomienda para usted y se la estoy llevando ahora mismo. El problema es que tiene siete kilos extra y por ello debe pagar una penalidad. Necesito su conformidad urgente. Debe pagar hoy porque de lo contrario se retornará el paquete a Canadá.

¿Qué hacer ahora? No podía decepcionar a Lucianita. Ya la había herido demasiado cuando fuimos enamorados y era momento de subsanar errores, portarme como un caballero. Bueno, en realidad como el hombre que nunca fui con ella.

- ¿Cuánto debo pagar?

- Son 8,400 soles en total, 1,200 soles por kilogramo adicional. Necesito que me proporcione su tarjeta de crédito.

- Está bien, lo que sea necesario para que me envíen la encomienda ahora.

Pagué. Era lo justo. Lucianita finalmente podría venir a Lima y ayudar a su familia. Y tal vez, ahora que ambos estábamos libres de compromisos, intentar nuevamente en el amor. Era linda, nunca me dejo de gustar.

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Algo debe haber pasado con Luciana, no me ha vuelto a escribir y ya han pasado tres días. Tampoco me responde los mensajes. ¿Se habrá molestado conmigo? El paquete de DHL tampoco ha llegado. 

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Lima, 31 de diciembre de 2020

PERIODISTA CASI CAE EN ESTAFA CON CUENTO DEL "ENVIO DE ENCOMIENDA"

sábado, 2 de enero de 2021

Sueño de una noche de verano

Ahí estaba yo, sentado en un cubil listo para dar mi examen final de Arte y Cultura. Pero no me esperaba lo que venía. Frente a mí, hacia la izquierda, había una especie de programa usado para las apuestas, en formato de periódico, pasado, de modo que incluía partidos que ya se habían jugado, pero con el marcador en blanco. Hacia la derecha, una caja con un montón de piezas de Lego. Entre ellas, la que me llamó la atención fue una especie de rulero blanco cubierto en todas direcciones con los circulitos en los que se insertan las piezas.

Mi cubil era particular, ya que no tenía pared al lado izquierdo. Yo estaba en el primero a la entrada del salón, de modo que al voltear a la izquierda podía ver quién bajaba las escaleras. Porque además “mi salón” estaba debajo de algo, de modo que para “entrar” a él sólo podía hacerlo bajando las escaleras.

En una de esas, varios minutos después de infructuoso intento de descifrar qué tenía que hacer frente a unos materiales tan inesperados, y de pensar que me iban a revolcar en el examen final, veo al profe del curso bajando la escalera. En realidad, parecía el profe de Educación Física, hasta con polo y pantalón de buzo venía. Pero me estaba tomando el examen final de Arte y Cultura.

Apenas bajó al salón, me paré para preguntarle:

- Profe, buenas, no entiendo. ¿Qué tenemos que hacer con esto?

Me miró, asintió y apenas iba a responder escuchamos ruido de pasos en la escalera. Eran tres personas esta vez, parecía una familia: un señor, una señora y un niño chico que ya caminaba. O que al menos era capaz de bajar una escalera, aunque sea lentamente.

Aún les faltaba bajar unos escalones, pero el padre apenas divisó al profe lo llamó:

- Profesor, tiene que ayudarnos. Venimos desde Tanzania a hablar con usted.

El profe los miró y me hizo un gesto girando el dedo índice de que volviera en un rato. Mientras yo pensaba si Tanzania todavía existía atiné a preguntarle:

- ¿Y qué hago con los Lego? 

La respuesta no pudo ser más obvia:

- ¡Arma algo, pues!  

Entonces supe qué hacer. Mi idea era armar diferentes figuras alrededor del rulero, para mí era evidente que nadie más haría algo tan genial. Pero mientras estaba armando las figuras me asaltó cierta angustia. ¿Realmente podría aprobar? Si el examen tenía dos partes, estaba respondiendo sólo una. No tenía ni la mínima idea de qué hacer con el periódico. ¡O sí! De repente sentí que la inspiración, casi como un flechazo, me llegaba y me quedaba claro para qué lo necesitaba…

Y entonces desperté.