viernes, 28 de septiembre de 2012

Un Viernes Cualquiera

Ese viernes llegó inusualmente temprano a casa, harto del trabajo. Su esposa se estaba bañando y no se dio cuenta de que él ya había llegado. Mientras la esperaba, vio un sobre en su velador. Lo abrió y encontró una carta escrita por su esposa. Si bien empezaba recordando varios momentos felices que habían vivido juntos, finalizaba diciendo que se iba porque sentía que las cosas no eran como al inicio, que no aguantaba más vivir una situación de tanta soledad, que era como no estar casados porque no se veían casi nunca y que era mejor terminar así antes de que las cosas se deterioraran más.
 
Indignado, triste, molesto, dejó la carta donde la había encontrado y salió sin saber muy claro a dónde. Mientras caminaba pensaba cuál podría ser la mejor acción en esa situación y se decidió. Dio media vuelta y, cuando regresó, ella ya había salido de la ducha pero todavía no se había vestido. Sin pensarlo mucho, la abrazó y empezó a besarla mientras le decía cuánto la amaba. Antes de apagar la luz, se dio cuenta de que la carta que había visto ya no estaba en su velador. Tomó a su esposa por la cintura con mucha ternura y la acarició como no lo había hecho en mucho tiempo. Le hizo el amor con la pasión de la primera vez, pero con la experiencia de saber lo que a ella le gustaba. Felices y rendidos, cada uno quedó dormido en los brazos del otro.
 
A la mañana siguiente, vio nuevamente la carta en su velador. Si ella la había escrito era porque ya estaba decidida.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Un Accidente Casero

¡Crack! Se cae el frasco de fideos al suelo de la cocina, explotando y haciendo un sonido seco. Los pedazos transparentes de vidrio se mezclan con el fideo cabello de ángel que íbamos a utilizar para la sopa que preparábamos mi esposa y yo.
 
--“Esto ocurre por no poner suficiente cuidado al cocinar, ¿ya ves?”, le grito a Katariina mientras inspecciono rápidamente el daño en el piso.
--“Pensé que tú agarrabas el frasco”, me responde visiblemente consternada, con su acento nórdico, pausado y siempre alargando las vocales.
 
De inmediato, ambos nos agachamos y arrodillados comenzamos a recoger los pedazos rotos con la ayuda de un recogedor de mano y una escobita de cerdas de plástico. Ella barre minuciosamente y yo acomodo unas hojas de papel periódico en el piso para colocar los desperdicios encima.
 
Mientras trabajamos en silencio, cada uno enfocado en cumplir su tarea, miro la silueta de Katariina sin que ella se percate. Viéndola barrer con empeño cada pedacito del piso, demostrando su entereza y sacrificio casi heroico por nuestro hogar solo me hacen constatar lo miserable que fui al gritarle. Y de pronto algunas preguntas vienen a mi cabeza: ¿Por qué se enamoró de mi? ¿Por qué se casó conmigo? ¿Por qué dejó su país y su familia para vivir conmigo en Lima?
 
Terminamos de poner el último pedazo de vidrio en la basura y nos quedamos mirando después el uno al otro, como avergonzados por haber discutido por una tontería. Me disculpo avergonzado por mi impaciencia, jurando que no la volveré a tratar de esa manera. Ella me mira a los ojos para saber si soy sincero y acepta mis disculpas. Nos abrazamos, prometiéndonos que nunca más nos haremos daño.
 
--“Después de todo somos un equipo y los esposos que se aman no discuten por estupideces”, le recalco como si fuera un niño recitando las reglas de un juego.
--“Y nunca debemos ir a dormir a la cama molestos”, agrega ella, como si hubiera querido completar mi oración.
--“Claro que no, jamás”, le respondo convencido de cada una de mis palabras.
 
Ambos sonreímos y nos damos un beso tierno en los labios, como siempre hacemos desde que fuimos enamorados, y nos vamos finalmente a dormir. Mañana hay que despertar temprano para ir a trabajar. Y me hago otra pregunta final: ¿Cómo dejar de amar a mi dulce Katariina?

Recuerdo y Esperanza

El de ir corriendo tomado de la mano de su hija de tres años rumbo al cumpleaños de un amiguito es uno de los recuerdos que más atesora en su vida. ¡Cuánta felicidad había en su carita! ¡Y cuánta emoción! Le encantaría que el tiempo se hubiera detenido en ese entonces y vivir ese momento una y otra vez. Pero es imposible. Y, claro, el tiempo pasa. Ahora es casi como treinta años atrás, solo que no van corriendo y más bien van tomados del brazo. Pero se podría decir que ella está tan feliz y emocionada como esa vez, incluso más. El padre solo espera que haya valido la pena aceptar como yerno a ese niño que ha crecido y los espera elegante y sonriente al final de la alfombra roja.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Pensamientos de un Explorador en el Año Cero

¡Qué suerte, qué gran hallazgo! ¡Las obras completas de Sócrates! Pero no pueden quedarse aquí, se podrían estropear. Para que se conserven, tendré que llevarlas a la biblioteca de Alejandría.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Una Historia Parecida

Tienen un no-sé-qué y hay algo indescifrable en ellas. Por eso, aunque no era músico, inexorablemente Juan también se rindió ante los discretos encantos de una artista conceptual japonesa.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Lex Talionis

La antigua ley del talión se resume en la frase “Ojo por ojo, diente por diente” que aparece en el libro de Exodo del Antiguo Testamento. Claro que lo sabía, no crea que soy un ignorante usted señor. ¿Pero no será acaso que esta ley fue un acuerdo descarado y arbitrario entre oftalmólogos y dentistas? ¿Alguien me podría decir quién más estuvo presente en la reunión donde se aprobó dicha ley? ¿Y finalmente quién la redactó? Esto no puede quedar así, no señor. Por esa maldita ley es que el malnacido de mi oculista me cobra siempre un ojo de la cara. ¿Cree que la plata crece en los árboles? Mi pensión no me alcanza ni para comprar el pan, todo es un abuso. Jamás debí votar por Humala, ese mentiroso. No señor, yo no voy a pagar ni un carajo por esos lentes de mierda, ni aunque llame a la policía. ¡Váyanse todos al mismo demonio por la puta madre que los parió!

jueves, 6 de septiembre de 2012

Estrella Fugaz

En su primer partido en la profesional, días antes de cumplir los dieciocho años, hizo tres goles: uno de derecha, uno de izquierda y uno de cabeza. Un bonito hat trick, sin duda, que se convirtió ineludiblemente en noticia de primera plana.

Pero en el siguiente partido, ya mayor de edad, una fortísima entrada de un rústico defensa cuyas verdaderas intenciones nunca sabremos le quebró la tibia y el peroné de la pierna derecha; así llegó el inesperado final de su carrera futbolística y el forzoso inicio de la universitaria.

Pasado el tiempo, recuerda con cierta nostalgia, aunque sin amargura, sus partidos en primera división. Lo que más le dolió, y le duele hasta ahora, es que el canillita no lo reconociera el día que salió en portada y le compró todos los diarios.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Desvaríos de una Santiaguina Cuarentona

Desde ese día me sigo preguntando qué habrá sido de su vida y cómo hubiera sido la mía si le hubiera hecho caso. De repente no hubiese sido tan malo vivir en Lima. No parecía una mala persona para nada y encima cero malicia. Siguió embobado conmigo durante todo el almuerzo a pesar de que le estaba diciendo sutilmente que él me parecía una terrible compañía. Para almorzar, podía ser, pero sólo una vez. Por eso tras conversar con él, me di cuenta que era mejor sacármelo de encima de una vez, sino el acoso hubiese podido llegar a límites insospechados. ¿O acaso creyó que no me había dado cuenta de esa ocasión en la que me siguió en el metro, cuando salí corriendo de la estación La Moneda y me subí a la micro que estaba pasando por ahí sólo para dejarlo atrás? Pero él realmente quería estar conmigo, pasar tiempo conmigo, lo noté altiro, bastaron pocas palabras suyas para notarlo, no sé si es algo innato o adquirido, pero una se da cuenta. Palabras, debo admitirlo, mejor pronunciadas que por la mayoría de personas que escucho en el día a día, pero es que aprendemos desde chicos a hablar así. Y mientras él se proyectaba y me veía yo creo como su polola, yo no pasaba de ver a un gallo no mal parecido pero refome que tenía unas patillas anacrónicas, de ésas que sólo se ven en los libros de historia de primero o segundo medio cuando se estudia a los libertadores y aparecen sus retratos, como el de O’Higgins o el de José de San Martín que tenía unas parecidas. Además se ponía unos lentes que parecían directamente traídos de los años setenta, de esos con montura ancha y toda la cosa, era casi como que lo hubiera traído una máquina del tiempo desde varias décadas atrás.

Pero creo que lo peor de todo era que además era tan inocente que creía que George Harrison era lo máximo y que me gustaba Radiohead. Lo estaba leseando durante todo el rato, pero él seguía creyendo que estaba frente a su alma gemela. Era casi como que una diosa se hubiese dignado atender los requerimientos de un simple mortal. ¡Y la diosa era yo! ¿Por qué lo rechacé? Tras todos estos años, ni yo misma lo tengo claro. No le di nunca alguna oportunidad, yo misma no sé bien porqué. Me arrepiento de eso. Pero de repente mi arrepentimiento (perdón por este involuntario juego de palabras) en realidad tiene que ver con mi egoísmo. Es que desde entonces, nunca más sentí que alguien me quisiera como sentía que él me quería y lo que más sentí fue que después de rechazarlo empezara a sentir de veras algo por él (¡cuántas sensaciones he expresado en tan pocas palabras!), algo que nunca me pude explicar, pero supongo que tiene que ver con la intensidad y la inocencia con la que él vivió esos minutos conmigo durante aquel almuerzo hace ya tantos años en el casino de la universidad.

En ese momento sólo pensaba en cómo encontrar la forma de rechazarlo. Pero desde hace ya algunos años, no he podido dejar de pensar en él. Tanto que estos años viajé dos veces a Lima como pudo haberlo hecho cualquier turista (en realidad, casi nadie que va en plan turista se queda solamente en Lima, sospecho que yo pude haber sido la única) pero con la secreta esperanza de verlo por ahí, como por casualidad. En realidad, cuando me pongo a darle vueltas a esos viajes, me es difícil explicar para qué los hice, Lima es más grande que Santiago y yo nunca supe si él vive en Miraflores, en Los Olivos, en San Juan (mas encima, hay dos San Juan, así que me confundo un poco) o en alguna otra de las más de cuarenta comunas de Lima (que allá se llaman distritos), de modo que racionalmente es casi imposible llegar allá y esperar encontrármelo. Por último, nada garantiza que le guste salir, en cuyo caso habría que realizar una búsqueda casa por casa, labor titánica e imposible para mí o para cualquier ser humano, se necesitan miles para hacer un censo. Sin embargo, por alguna razón debemos haber coincidido y, por eso, el hecho de habernos conocido (dentro de lo que se pudo), no puede haber sido todo fruto del azar, de modo que ya lo he decidido, dentro de dos semanas voy nuevamente a buscarlo a Lima y estoy segura de que esta vez será la definitiva.