lunes, 25 de junio de 2012

El Primer Filósofo del Mundo

El primer filósofo del mundo, entendido como amante del conocimiento, no vivió en Grecia, ni en Egipto ni en China. Vivió en Perú, específicamente en Lima (o, mejor dicho, en lo que hoy es Lima), hace mucho tiempo, poco después de que el hombre de Lurín tuviera que mudarse a los alrededores porque la población de su ciudad había crecido demasiado.

Fue él quien, cansado de vestir pieles de animales, desarrolló la textilería y el proceso para el hilado y teñido del algodón. Como suele ocurrir con los genios, sus contemporáneos se burlaban de él. Los paracas, siglos después, redescubrieron sus invenciones y son admirados hoy en el mundo entero.

También inventó, trató de inventar o nunca pudo inventar, la escritura. Su problema estuvo en que él era demasiado brillante para su época, y nadie pudo (o quiso, la envidia es así) jamás ayudarlo. Trabajó en un alfabeto escrito, compuesto no de letras, sino de unas cien sílabas. Tan numeroso sistema se le hizo difícil de recordar y, en vista de que nadie compartía su deseo de tener un sistema de registro (o de que nadie más tenía la menor idea de qué se trataba, o de que simplemente nadie estaba dispuesto a ayudarlo; es difícil encontrar evidencia que respalde alguna de las hipótesis), tuvo que atarse a los dedos ciertas sogas de colores que le ayudaran en su tarea. Cuando con el tiempo alguien creyó haber acertado con el sistema inventado por él, sólo involucionó el método para convertirlo en lo que ahora se conoce como quipus... Lamentablemente, el accesorio se había convertido en pieza principal.

Según los estudios que he realizado, su muerte, lapidado[1], coincidió con la de un eclipse de sol, algo que trató de explicar científicamente. Me parece verlo, tratando de cubrirse la cabeza y escuchando toda clase de insultos y comentarios de que solamente a él, tenía que estar loco, se le ocurría tratar de explicar los inexplicables designios de los dioses.

Hoy, cuando he descubierto sus restos en el jardín trasero de mi casa, la historia, por fin, le ha hecho justicia.

[1]  Las múltiples contusiones en su cráneo nos sugieren la imposibilidad de un hecho alternativo.

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