viernes, 28 de septiembre de 2012

Un Viernes Cualquiera

Ese viernes llegó inusualmente temprano a casa, harto del trabajo. Su esposa se estaba bañando y no se dio cuenta de que él ya había llegado. Mientras la esperaba, vio un sobre en su velador. Lo abrió y encontró una carta escrita por su esposa. Si bien empezaba recordando varios momentos felices que habían vivido juntos, finalizaba diciendo que se iba porque sentía que las cosas no eran como al inicio, que no aguantaba más vivir una situación de tanta soledad, que era como no estar casados porque no se veían casi nunca y que era mejor terminar así antes de que las cosas se deterioraran más.
 
Indignado, triste, molesto, dejó la carta donde la había encontrado y salió sin saber muy claro a dónde. Mientras caminaba pensaba cuál podría ser la mejor acción en esa situación y se decidió. Dio media vuelta y, cuando regresó, ella ya había salido de la ducha pero todavía no se había vestido. Sin pensarlo mucho, la abrazó y empezó a besarla mientras le decía cuánto la amaba. Antes de apagar la luz, se dio cuenta de que la carta que había visto ya no estaba en su velador. Tomó a su esposa por la cintura con mucha ternura y la acarició como no lo había hecho en mucho tiempo. Le hizo el amor con la pasión de la primera vez, pero con la experiencia de saber lo que a ella le gustaba. Felices y rendidos, cada uno quedó dormido en los brazos del otro.
 
A la mañana siguiente, vio nuevamente la carta en su velador. Si ella la había escrito era porque ya estaba decidida.

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