viernes, 5 de octubre de 2012

Decisiones

Ahora que es usual que padre y madre trabajen, el papel de la nana en la crianza de los hijos es casi tan importante como el de aquéllos. Pero encontrar una buena nana no es tan fácil. Tuvimos suerte, pero la que habíamos tenido por más de dos años nos había dejado de repente y tuvimos que buscar una casi a la carrera. Tras algunos días encargando nuestra hija a mi cuñada y a mi suegra, encontré la que pensé que sería la ideal. Había tenido varios años de experiencia cuidando niños de hasta cinco años y sus referencias eran muy buenas. De hecho, empezó bien en el trabajo y nuestra hija se adaptó rápidamente a ella, pero a la tercera semana nos dijo a mi esposa y a mí que tenía que contarnos algo personal. Lo primero que pensé fue que no se había adaptado, pero nos contó que estaba embarazada.
 
A partir de ahí, en las siguientes semanas todo fueron problemas: que su embarazo era de riesgo, que su familia se oponía a que trabajara, que el novio la dejó. Y todo eso, obvio, iba minando su rendimiento. La gota que derramó el vaso fue la noche que nuestra hija estuvo vomitando porque le cayó mal una cena preparada por ella que incluía (¡vaya menú!) tallarines a la huancaína y leche chocolatada, ya que ella ni caso hizo de lo que pasaba a pesar de que incluso tuvimos que ir a la clínica de emergencia en plena madrugada. Cuando a la mañana siguiente le hice notar nuestro malestar, me dijo que se sentía tan mal con todo lo que le estaba pasando que a pesar de haber escuchado todo no tuvo capacidad o voluntad de levantarse a ayudar. Con mucha pena, dados sus problemas, tuve que decirle que lo mejor tanto para ella como para nosotros era que se fuera, que su situación ya había empezado a afectar de manera demasiado notoria a su trabajo y que el cuidado de una niña de cuatro años no era cosa de juego. No fue fácil para nosotros tampoco y casi recuerdo el momento en que se despidió como que hubiera sido hoy mismo.
 
Años después, me la encontré en un supermercado. Me saludó y me costó recordarla, pero cuando me dijo su nombre la identifiqué. Como igual no teníamos mucho de qué conversar, le pregunté por su hijo.
- Ah, señor, usted no supo. Nunca lo tuve.
Y me volvió a dar pena.

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