sábado, 22 de septiembre de 2012

Un Accidente Casero

¡Crack! Se cae el frasco de fideos al suelo de la cocina, explotando y haciendo un sonido seco. Los pedazos transparentes de vidrio se mezclan con el fideo cabello de ángel que íbamos a utilizar para la sopa que preparábamos mi esposa y yo.
 
--“Esto ocurre por no poner suficiente cuidado al cocinar, ¿ya ves?”, le grito a Katariina mientras inspecciono rápidamente el daño en el piso.
--“Pensé que tú agarrabas el frasco”, me responde visiblemente consternada, con su acento nórdico, pausado y siempre alargando las vocales.
 
De inmediato, ambos nos agachamos y arrodillados comenzamos a recoger los pedazos rotos con la ayuda de un recogedor de mano y una escobita de cerdas de plástico. Ella barre minuciosamente y yo acomodo unas hojas de papel periódico en el piso para colocar los desperdicios encima.
 
Mientras trabajamos en silencio, cada uno enfocado en cumplir su tarea, miro la silueta de Katariina sin que ella se percate. Viéndola barrer con empeño cada pedacito del piso, demostrando su entereza y sacrificio casi heroico por nuestro hogar solo me hacen constatar lo miserable que fui al gritarle. Y de pronto algunas preguntas vienen a mi cabeza: ¿Por qué se enamoró de mi? ¿Por qué se casó conmigo? ¿Por qué dejó su país y su familia para vivir conmigo en Lima?
 
Terminamos de poner el último pedazo de vidrio en la basura y nos quedamos mirando después el uno al otro, como avergonzados por haber discutido por una tontería. Me disculpo avergonzado por mi impaciencia, jurando que no la volveré a tratar de esa manera. Ella me mira a los ojos para saber si soy sincero y acepta mis disculpas. Nos abrazamos, prometiéndonos que nunca más nos haremos daño.
 
--“Después de todo somos un equipo y los esposos que se aman no discuten por estupideces”, le recalco como si fuera un niño recitando las reglas de un juego.
--“Y nunca debemos ir a dormir a la cama molestos”, agrega ella, como si hubiera querido completar mi oración.
--“Claro que no, jamás”, le respondo convencido de cada una de mis palabras.
 
Ambos sonreímos y nos damos un beso tierno en los labios, como siempre hacemos desde que fuimos enamorados, y nos vamos finalmente a dormir. Mañana hay que despertar temprano para ir a trabajar. Y me hago otra pregunta final: ¿Cómo dejar de amar a mi dulce Katariina?

No hay comentarios:

Publicar un comentario