jueves, 31 de mayo de 2012

El Secreto

Hay dos defectos que no tolero en una mujer: su falta de prolijidad y su excesiva vanidad. Sin embargo, luego de ver comer a mi amiga M. tuve que agregar a mi lista la falta de modales en la mesa.

Es que cuando M. se lleva el tenedor a la boca apoya ambos codos sobre la mesa, encorva la espalda como buitre y se aferra a su plato de comida como un obrero de construcción desmuelado y hambriento. Sus ancianos padres, por el contrario, muestran un particular refinamiento en sus modales y en general una apaciguada dulzura. Fue en la realización de las diferencias entre padres e hija que comprendí el porqué de la desgraciada y forzada soltería de M., sus desquiciados garabatos sobre las servilletas, sus llantos inexplicables, sus misteriosos cortes en los brazos.

La mirada apenada de sus padres, como intuyendo que ya me había percatado de un horrendo e íntimo detalle de la familia, confirmó mis peores sospechas. Bajando la mirada, haciéndome el tonto, sólo atiné a terminar mi sopa en silencio. Mis locas ideas de casarme y tener familia con M. se desvanecieron por completo esa tarde.

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