Maimunah
colocaba los platos y vasos sucios en la máquina lavaplatos, los últimos vestigios
de la opípara cena que ofrecieron al jefe de su esposo. Con tremenda comida, que
combinaba puré de calabazas y pavo al horno con kebabs de cordero y biryani,
Tom planeaba asegurar su confortable posición en la creciente empresa de construcción y
tal vez un ascenso en el futuro cercano.
Tom era
especialista en reparaciones de equipos de calefacción y refrigeración y
manejaba dos camionetas con amplio espacio para carga y descarga. Le gustaba
tomar cerveza al regresar cada noche del trabajo y salir de cacería con Bob, su
amigo de la secundaria, cada fin de verano. Cazar venados y aves era su actividad
favorita, camuflado en su traje.
Maimunah conoció
a Tom hace dos años cuando trabajaba todavía de mesera en un bar del centro de
Calgary. Era el primer trabajo que pudo conseguir a través de una amiga de Karachi.
No pagaba mucho pero era suficiente para costear su habitación en las afueras de
la ciudad, comer regularmente y enviar algo de dinero para su familia. Y
suficiente para escapar del esposo alcohólico y abusivo que dejó en Lahore.
Cuando la máquina
lavaplatos terminó el ciclo de secado, Maimunah fue removiendo cada plato, colocándolos
sobre la repisa, ordenándolos por tamaño, de grande a pequeño. Tom bajaba de la
habitación, con un alambre oxidado en la mano, tambaleándose contra las paredes
y oliendo a licor, con la nariz blanca por la cocaína que había inhalado.
Maimunah sabía
lo que iba a suceder. En su mente lo interiorizaba como el precio que debía pagar
por vivir en esta tierra de oportunidad. Lo hacía por sus padres ancianos que
esperaban el dinero en Lahore para comprar medicinas; por su hija de ocho años, Taahira,
que no veía desde hace dos años y que esperaba la visa de residencia para poder
entrar al país y comenzar el colegio y jugar con otros niños canadienses de su
edad.
Pero esa fría noche de noviembre Maimunah lo echó todo a perder. No lo pudo aguantar más. Las treintaitres puñaladas en el pecho, abdomen y cara y la total desmembración del pene no fueron lo que impresionaron a los detectives de la policía de Calgary. Una nota escrita en una servilleta de papel junto al cuerpo colgante de Maimunah fue lo que causó la consternación al fogueado detective McGill: “Ya estoy en la tierra de la libertad”.
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