Siempre me da lástima
ver a mujeres sometidas a la tiranía de sus hombres. Por motivos de elemental supervivencia económica, deben
reírse de sus pésimos chistes mientras se emborrachan, soportar el peso de sus crecientes panzas en la intimidad
y fingir placer al acariciar sus brillantes peladas. Ahora puedo entender bien a
esas prisioneras de las circunstancias, damiselas en eternos apuros. Mañana
me caso con J., una mujer rica que podrá solventar mi vicio de escritor novato. Amor
al arte le dicen.
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