lunes, 22 de julio de 2013

Fealdad

Un domingo cualquiera en la ciudad, con día soleado pero ventoso, tomando el té con mi amiga S. en la cafetería del conservatorio de música. Conversación ligera que se pone tensa cuando me cuenta de sus penurias para encontrar pareja. Me asegura que los hombres se intimidan tremendamente por su inteligencia, su vasto conocimiento de las ciencias, su agudo refinamiento europeo, su abrumadora personalidad y más ridiculeces por el estilo.
 
La pobre S. en realidad no se da cuenta, o lo sabe pero no quiere aceptarlo, que la verdadera razón de su soltería es su terrible y notoria fealdad. Si bien deseo ayudarla de corazón, ¿cómo podría revelarle que la causa de sus constantes penurias es la forma de su cara? ¿Se le puede decir a una buena amiga que es horrible? Tremendo dilema al que me enfrento.

En ese momento, mientras S. continuaba su letanía de quejas sobre los hombres de esta ciudad sin gracia, yo solo atinaba a seguir tomando mi té,  asintiendo con la cabeza y diciéndole que ella tenia la razón y que pronto, más pronto de lo que ella imaginaba, encontraría a su alma gemela, se casaría, formaría una familia y nos reiríamos todos juntos de esta triste conversación en la cafetería. Noté que S. se sintió mejor luego de mi cháchara y nos despedimos cariñosamente hasta una próxima ocasión. A veces no queda más alternativa que hacerse el cojudo y mentir descaradamente para salir de una situación embarazosa y salvar una amistad.

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