domingo, 26 de abril de 2020

Imperfecciones

Para Luchito no existían zonas grises en la vida. O era blanco o negro, y se debía hacer siempre a su modo. Por ello, y siendo consecuente con sus principios, habían detalles que significaban una ruptura inmediata con una pareja. El precavido y metódico Luchito guardaba una lista a la que llamaba "las causales de terminación anticipada del amor”. Entre dichas causales se encontraban las siguientes:

  • Que haya tenido una relación con un hombre casado. Bajo ninguna circunstancia son válidas excusas atorrantes como: “es que el miserable me engañó” o “era chibola y no me di cuenta”.
  • Que sea vanidosa, engreída o caprichosa. No me gustan las princesas y/o las mujeres con alto costo de mantenimiento.
  • Que sea hombre. He tenido un par de experiencias extrañas y es mejor aclararlo desde un inicio para evitar enredos. Por ello se sugiere revisar la maquinaria antes de prender el motor.
  • Que sea floja y/o desprolija. Bañarse y perfumarse debe ser un ritual diario.
  • Que sea viciosa, alcohólica o adicta a algún tipo de droga. Es que una vez salí con una marihuanera que tuvo que vender su pulmón para pagar su vicio. Terrible.

Luego de décadas de arduo análisis teórico, contrastado con abundante evidencia de campo, Luchito creía tener su lista completa y actualizada. Aunque como dijo Pedro Navaja, la vida te da sorpresas. Esa tarde soleada de abril en cuarentena sanitaria, Luchito tuvo que agregar, con hondo pesar en el alma, una nueva causal a su lista:

  • Que no le guste el cau cau.

Luchito lloró de rabia e impotencia todo ese día. Y el siguiente también. Contra lo que dictaba su corazón, decidió terminar la relación y no volver a ver nunca más a Marianita.

martes, 31 de marzo de 2020

La cuarentena

Los efectos del coronavirus habían sido devastadores entre la población de San Filomeno, el pueblo donde Julián nació y vivió hasta la adolescencia, antes de que partiera a buscarse la suerte en el extranjero.

La mayor pérdida que tuvo que afrontar fue la muerte de su tío Alberto, quien lo quiso, alimentó y educó como si fuera su propio padre [sus verdaderos padres biológicos murieron en un accidente de tránsito, a manos de un chofer borracho que se quedó dormido en el bus interprovincial].

Solo y triste en este mundo de máscaras, cuarentenas y seres contagiados, Julián tomó una medida drástica: volver a escribir sus nanorelatos para sacar los demonios que tenía escondidos.

martes, 10 de septiembre de 2019

Tiro por la culata

Albertito tenía un método simple pero infalible para tasar si una flaca era una pendeja o una mujer hecha y derecha: invitarla a tomar un café para conversar largo y tendido.

Porque en lo que transcurre tomarse un americano o un cappuccino, uno puede enterarse de la vida de una persona que no conoce o que no ha visto en años. Fue de este modo que, casi sin quererlo, Albertito se enteró de que Fulanita había engañado a su esposo con el joven y atlético profesor de spinning, y de que Sutanita había sufrido los constantes maltratos físicos y psicológicos de su sádico conviviente, quien la aterrorizaba a punta de pistola y puñetes en todo el cuerpo. Aunque la historia más intrigante fue la de Menganita: luego de veinte años de matrimonio, el esposo la abandonó por una mujer más joven y con harto billete, heredera de unas de las fortunas más grandes del país.

Cuando Albertito tenía más curiosidad por seguir escarbando en el pasado, le sugería a su pareja de turno que ordene un affogato. Hipnotizada por ver una bola de helado de vainilla flotar en una taza de café, la víctima siempre soltaba toda la información que Albertito quería escuchar. Para él era como descubrir las piezas faltantes que le permitirían armar el rompecabezas.

Con el tiempo, las mujeres que Albertito llegó a aborrecer eran las que confesaban que engañaron a su marido. Era despiadado con sus apreciaciones cuando revelaban ese detalle, generalmente por un descuido en la conversación. Por otro lado, se percató de que otras mujeres eran abusadas por sus parejas, llegando a sentir lástima por algunas de ellas que tenían la autoestima en el piso. En este último caso, Albertito bajaba la guardia y les ofrecía consejos para que denuncien al agresor.

Sin embargo, el método de Albertito sí tuvo una falla porque no pudo detectar a un despampanante transexual que conoció una soleada tarde de abril. Perdió la cabeza completamente, enamorándose como un adolescente. A los meses se casaron y formaron una encantadora familia.

Actualmente, Albertito sigue ahorrando para que su amorcito pueda amputarse el miembro.

jueves, 8 de agosto de 2019

La chica de hoyuelos y sonrisa misteriosa

Reconozco que cuando conocí a Lucía por primera vez, en una reunión de trabajo, me pareció demasiado seria y formal. Bueno, medio cuadriculada para ser honesto. Lo gracioso es que ella pensó lo mismo de mí, según me confesó tiempo después.

Con el transcurso de las semanas, luego de nuestro breve encuentro de índole laboral, comencé a conocer mejor a la dulce Lucía, la chica de hoyuelos y sonrisa misteriosa. Al menos esa fue la chapa que le puse en mi cabeza porque nunca me atreví a decírselo. Nos conectamos por Facebook y, luego de pasar seguramente por el ritual de revisar con detenimiento mi perfil y fotos, Lucía se fue sintiendo más cómoda con nuestras conversaciones, las que iban revelando más detalles sobre nuestras respectivas vidas. Uno de esos detalles, y que me impresionó sobremanera, es que había tenido un novio que le llevaba casi quince años de diferencia. Habiendo salido de una relación sentimental similar –Lucía tenía más o menos la misma edad que mi ex—dicha información me pareció particularmente llamativa. Quería averiguar más sobre ella de todas maneras.

Además de sus opiniones sobre la economía internacional y anécdotas sobre sus viajes al Asia, su mirada me expresaba ternura, suspicacia y un aura de misterio, que constituye, en mi modesta opinión, un requisito fundamental para generar el interés necesario para conocer a profundidad a una persona, ya sea por romance o amistad. Como trabajábamos muy cerca, me puse como meta invitarla a almorzar cada semana para ir averiguando sobre ella, con la esperanza de que me fuera revelando gradualmente todos sus secretos.

Mi esfuerzo por conocerla se vio interrumpido de un porrazo. En uno de nuestros almuerzos en un restaurante de monjitas, Lucía me confesó que no le atraían los hombres con sobrepeso y que me veía sólo como un amigo, casi un hermano. “Te prometo que bajaré de peso”, llegué a decirle con una voz que revelaba algo de desesperación. De nada sirvieron mis ruegos patéticos porque nunca más vi a Lucía (parece que tampoco le gustaban los hombres pusilánimes).

Así supe que los gorditos como yo que amamos la comida, y que tenemos debilidad por chicas de hoyuelos y sonrisas misteriosas, somos discriminados en este mundo sin alma ni corazón.

domingo, 28 de octubre de 2018

Decepción

Fue tu sonrisa de adolescente la que me intrigó, ¿sabes?

Y fue tu historia de adulta la que me decepcionó.

martes, 30 de agosto de 2016

Un encuentro fortuito

Caminaba por Barranco buscando un café y una decente conexión a Internet cuando la vi cruzando la calle. "Andrea, ¡hola! Soy yo, Santiago", grité para que pudiera percatarse de mi, en el medio del bullicio de un sábado de trámites por la mañana en Lima.

Se le veía mal, lo confieso. Un poco desaliñada y con algo de sobrepeso, ojerosa. Al menos fue mi primera impresión cuando nos saludamos. "Santiaguito, ¿cómo estás? ¡Hace tanto tiempo!", me dijo, con la misma entonación de voz que utilizaba cuando fuimos enamorados hace casi veinte años. Dos divorcios encima, un hijo universitario y una década viviendo en Barcelona, su vida resumida en dos minutos. Lima le parecía insoportable ("este tráfico es una mierda y la humedad me vuelve loca") pero su círculo de amigos la mantenía viva, me aclaró.

"Bueno, me tengo que ir, no te pierdas", me dijo mientras seguía llevando a su perrito a pasear. Noté en ese instante, cuando me acerqué para besarla, que sus arrugas eran marcadas y que el maquillaje no le sentaba bien, que su ropa era de chibola para una mujer de más de cuarenta años.

...

"¿Te acuerdas de Santiaguito?"
"Claro, el flaquito con quien saliste hace, ufff, años. Medio aburrido era"
"Sí, ese mismo. Lo vi esta mañana mientras iba a buscar a Sebastián al gimnasio. Al pobre hombre se le ve terrible, me dio pena verlo tan panzón, calvo y cojeando. La vida es cruel querida."

jueves, 3 de septiembre de 2015

Silencio

Nos miramos a los ojos. Por veinte minutos, sin parpadear. Sin hablar. Sin pensar.
Seguimos así por veinte días. Sin comer. Sin dormir.
 
Pasamos 20 años en ese mismo plan. Finalmente tuve el coraje de levantarme y decirle: "creo que no hay química entre nosotros".