Para mi defensa, no soy ningún ángel, nunca lo fui y tampoco lo pretendí ante nadie. Y nunca he negado que me haya portado mal en el pasado, que me haya excedido algunas veces con ese tipo de placeres.
Entonces, ¿por qué me siento tan mal? ¿Por qué no le puedo decir a mi esposa que me comí su pedazo de torta de zanahoria que estaba guardado en la refrigeradora? Arderé en el infierno, lo presiento.